viernes, 5 de febrero de 2016

La butaca: "Palmeras en la nieve"

Comencé 2016 sin hacerme propósitos, ni promesas que cumplir para el año. Siempre me ha parecido un poco ridículo eso de que cuando comienza el año hay que proponerse lograr determinadas metas. Lo cierto es que soy más de empezar las cosas en septiembre, como cuando estudiaba, entre otras cosas porque, aún hoy, en los meses de verano se paralizan bastantes actividades.

En cualquier caso, creo que los propósitos hay que tomarlos en el momento en que estamos preparados para ellos y, simplemente, empezar.

Aún así, es cierto que desde que comenzó el año he retomado una feliz costumbre que tenía aparcada hace bastante tiempo, más que nada por comodidad y distancia. Y diréis ¿qué costumbre es esa? pues, una muy sencilla y gratificante: estoy yendo al cine todas las semanas, o casi...

Y a eso vamos... Mi primera película en 2016 fue "Palmeras en la nieve" ¿por qué? Bueno, creo que principalmente porque se había generado mucha expectación con eso de que era la "superproducción" de los últimos años, tenía un protagonista guapo que, además, era la pareja de una de las protagonistas, trabajaba Emilio Gutiérrez Caba... Bueno, podría seguir diciendo qué cosas rodeaban a la película que invitaban a verla pero seguramente no terminaría.

La cuestión es que decidí acercarme al cine una tarde y disfrutar de esas casi tres horas de película en un pantallón enorme.

Y bien, debo decir que larga no se me hizo, importante teniendo en cuenta la duración del film. Ahora, esperaba una película de pañuelo y moquera y la verdad es que no derramé una lágrima.


Veréis, no soy una gran entendida en cine, aunque es cierto que he visto mucho, pero generalmente clasifico las películas en dos grandes grupos, por un lado, aquellas que consiguen que me meta dentro de ellas y las viva como si yo fuera la protagonista, por otro, las que veo desde fuera, en la distancia. Para mi sorpresa "Palmeras" fue de estas últimas y eso era precisamente lo que no me esperaba. Sabía que era más que nada un producto comercial destinado a llenar cines, cosa que, por cierto, está consiguiendo y de lo que me alegro profundamente, pero también pensaba que mi corazoncito iba a verse tocado por el drama de la película... y no, mi corazón quedó intacto.

Así que, desde ese punto de vista, la película se me quedó muy corta y me decepcionó. Por otro lado, reconozco que estéticamente es un producto muy bello, que los efectos visuales son impresionantes, que realmente te sientes en Fernando Poo y para nada piensas que se rodó entre pantallas verdes y azules. La música también acompaña magistralmente las escenas y algunas interpretaciones, como la de Berta Vázquez, sobresalen especialmente.

En conclusión, me fui a casa un poco como llegué al cine, con un sabor agridulce en la boca, aunque contenta por el hecho de haber estado sentada en la butaca durante casi tres horas... El cine crea adicción, por lo menos a mí, y me alegra que no tenga contraindicaciones médicas.

Hasta la próxima.


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